Silencio en el pueblo.Son las tres de la tarde en todos los pueblos de Castilla. Es la hora de la siesta, la hora de trillar la cebada, el trigo o el centeno resecos al sol.
En las eras, agostada ya la poca hierba de las orillas, un par de mulas gira monótono y cansino. Vibra la música amarillenta de las piedras del trillo.
Un niño, de vez en cuando, azuza con el látigo a las mulas, que, despertando sobresaltadas de su sopor, trotan un poco, para volver a marcar el ritmo de la bochornosa batuta circular.
El chiguito, de tez curtida y mirada ya profunda, semeja una estatua de tierra, impasible al calor, inmóvil, tambaleándose tan solo con el oscilar rutinario y mecedor del trillo.
Hacinas de mies por la orilla, pequeños montones de grano, parvas, parveros de paja, finas capas de tamo,... forman este repetido paisaje; y un carro, bajo el cual, sordo al zumbido del ambiente, un hombre duerme soporíferamente boca arriba con la boina sudada sobre el rostro. A veces aparece una caseta para guardar horcas, rastros y otros aparejos.
El sol, como los campesinos, describe su medio arco elíptico, que como el de los agosteros se alarga en la época estival. El calor es bueno para la trilla; pero excesivo; los viejos afirman sentenciosos que es la canícula.
Pienso y divago: ¡ Tantas cosas me transmite este mi paisaje castellano¡.
La música de fondo prosigue su partitura cotidiana. Múltiples insectos hacen sonar sus diminutos instrumentos: el ensordecedor zumbido de las abejas en la iglesia, el vuelo veloz y molesto de las moscas en torno a mí, los saltamontes, las chicharras,... tampoco falta el alegre piopío de los pardales, los tordos, la cigüeña que machaca el ajo, o el zureo arrullador de las palomas. Corretea un vientecillo juguetón.
Camino mirando al cielo azul, terso, eterno mar azul de Castilla, espejismo de esperanza para la parda tierra. Me paso la mano bajo el sombrero para quitarme el sudor, subo una pequeña varga, ya estoy en campo abierto.
Veredas y caminos polvorientos serpentean la llanura, sorteando linderas y cabezos, y se pierden estrechándose en el horizonte infinito. Árboles frutales, pequeños olmos se reparten ambiciosos, como los grandes terratenientes, su pequeña hijuela. Chopos, muchos chopos cobijan cobijan con su negra sombra los regatos, y como un deseo hienden el aire.
Paisaje de Castilla, llano como mi palma, a veces, como un antojo, te brota un cerro, un alcor, un cotarro que cierra tu horizonte; son almenas de tu pobreza, otros creen que de tu honor.
Soledad en torno a mí, soledad y silencio. Solo se oye el murmullo del bochorno.
Un cernícalo otea inmóvil, colgado del azul del cielo, y de pronto se lanza veloz contra el suelo. Un instante, y regresa a las alturas con su presa entre las garras: un ratón desprevenido o un pollo de perdiz asustadizo.
Nada turba el silencio de la llanura.
Una nube peregrina cruza el cielo, y unas golondrinas describen alegres y múltiples senderos negros en su vertiginoso e incansable ir y venir. Confundiéndose con los rastrojos, un rebaño pace alo lejos; el pastor sobre un majano envisca los perros y una nube de polvo me oculta las ovejas que avivan el tintineo de las esquilas.
Casi todo es rastrojo; pero también hay barbechos de la hoja anterior, barbechos labrantíos de tierra negruzca en la reja y rojiza o parda al roce del sol,... de gujarros multicolores, barbechos de la vega castellana, ásperos en la bina y en la siembra.
Apenas hay vida, y la poca que hay, parece muerta, agostada. En un soto cercano, resaltan las gavillas en hilera, un hombre con la hoz las amontona en las morenas y un niño, cansado y sudoroso, recoge con el rastro las espigas que quedan, mientras se oye el traqueteo de la cuchilla de la agavilladora.
Mansamente se deslizan arroyos y regatos encenagados, escoltados por zarzas y matojos: son las arterias del corazón de la meseta, desangrado en el fruto que recoge el labriego.
Al fondo, en el valle, una hondonada que cruza el río que se adelgaza en verano, vive el pueblo. Un pueblo viejo, de casas de tierra, derruidas a trozos, como si tuviesen una extraña lepra, con tejados musgosos, negros.
Las casas, a veces sin orden, se alinean en torno a la iglesia, que con su torre de espadaña, terminada en un gallo-veleta, vigila el vecindario. En los asientos de piedra brillante y suave del atrio, unos viejos, con gestos pausados y metódicos, charlan añorando un pasado feliz; otros, con rictus de amargura, observan ensimismados a los niños que juegan a ser mozos.
Unos chavales buscan nidos alrededor de la iglesia y corretean sin descanso.
Una brisa suave me alegra el ánimo. El viento suave del norte, rozando las copas de los chopos, repite la música del atardecer al campesino: ESPERANZA
Todo calla,... soledad y silencio;... y Castilla en el alma.
Primer premio,Categoría B.-Prosa.
Certaman de Narrativa de La Salle(Palencia)
Curso 1972-1973
Guillermo Suazo Pascual
Centro de Estudios:Instituto "Alonso Berruguete" C.O.U.